Oct 17, 2007

El apenÍNDICE

En este número encontrará:

Universidad de Porto
por Ana Lucía De Bastos -(VIII)

Apendibistrot
por Annabel Petit -(80)

Paulina
por Alexis Pablo -(10)

Apendicistas
por Néstor Bérmudez -(360º)

Sueños 2.1 / Naufragio de vaca
por Miguel Hidalgo Prince -(1984)

Una cereza, nada más
por Enza García Arreaza -(1001)

Adán y Oto, siameses
por Mario Morenza -(11)

Czenstochouski
por Hensli Rahn -(2001)

Invitado: Mharía Vázquez Benarroch
por Dayana Fraile -(7)

Uno / Diario literario
por Daniel Cuevas (B-612)

El infierno es cualquier lugar bajo el cielo
por Yoel Villa -(3)

Universidad de Porto

















Cuando use un abrigo largo
y no consiga donde meter mis manos azules
mis manos moradas, grises, verdes
Cuando camine por las avenidas
de la ciudad invicta
sin nadie a quien visitar,
escribiré en mis tardes silenciosas
mil poemas.

Escribiré también
una novela
y tres cuentos largos
en donde una joven usa un abrigo
y las manos no sabe ya de qué color las tiene
de tanto vérselas y pensar

Asomada en las ventanas del tren
todo me parecerá ajeno:
Caras
Corazones
Manos
Sonrisas
Abrazos
Saludos

Pues
no hay allí un solo cabello que haya tocado
ni un recuerdo de mí en ninguna memoria

Aquella gente no me espera

No sabe que nací un día de lluvia
y que de niña le pedía perdón a Dios
por creer
o por pensar,
sin querer
que el Cielo podía resultar un sitio muy aburrido,
a la larga.

(oh, Dios, perdona si todavía lo pienso. Si reflexionas y ríes
-que de seguro lo haces, no lo pongo en duda-
te darás cuenta de que es una idea muy graciosa.)


Entonces ahí
én la ciudad de Porto
me convertiré en palabras.
Caminaré de la mano con los párrafos
que se irán formando en mi cabeza.
Me sentaré en los bancos de la plaza
con el ritmo de unos versos
que sabrán a saudade
y, con nostalgia de lo que no he tenido,
lloraré al saberme lejos de todo
y cerca de mí.

Les escribiré a mis amigos,
a mis padres
a mi novio
¡Cuánto los extraño!
Y en la libreta que lleve conmigo
escribiré mil veces
¡Oh, soledad!
Para entonces agregar
Oh solidão!
Pues tendrá dos nombres
uno en castellano, que me tocará la lengua y el paladar
e outro em portugués, que me lambera os ouvidos.



Será por lo tanto dos veces más grande
Mi soledad
y también,
dos veces más hermosa.

Abriré un día los ojos
y se habrá convertido en todo.
Será la taza de café en la mañana
La silla vacía del bus
El piso de piedras de las aceras
Cada acera
Cada piedra.

Tan repartida y múltiple
a minha solidão
que se sentirá acompañada.

Oiré la conversación bilingüe
entre ambas
ytranscribiré en mis cuadernos sus palabras.

Haré la novela del hijo,
que le prometí al catalán
y los poemas del cuerpo
que le prometí a mi cuerpo.
Haré un cuento de todo lo que ya no soy
y otro
de todo lo que nunca he sido.
Rellenaré las hojas de todo lo que me faltará
de todo lo que dejé al irme a esa ciudad.
….

Pero un día
Alguien me tocará el hombro
Me tropezará
sin querer quizá me empujen
O me estornuden
O me sonrían
Y poco a poco todo me será familiar.

Porto me atravesará.

Gritará más duro que todo el vacío que me acompañe
y se convertirá
luego de tomarme la mano
en una nueva ausencia

Oh, Porto
escribiré luego
¡Cuánto te extraño!
pues todo lo que veré en el tren de regreso
Manos
Corazones
Sonrisas
Abrazos
Saludos
Me pertenecerá.



Ana Lucía De Bastos -(VIII)


Oct 15, 2007

Apendibistrot

Lugar en el que se come con los ojos y se lee con las manos
















¿Cuantas veces no encontramos un referente culinario, gastronómico, –o de comida chatarra porque no siempre alcanza para otra cosa– entre las líneas que, a ratos, más que en la imagen nos llevan a pensar en el alimento que consumen nuestros personajes favoritos? Y a querer comerlo casi, porque se nos antoja aquello que comen. Es más, se empieza a desarrollar un código de identificación entre esa referencia y nosotros, así no nos provoque.

¿A cuantos no les ha dado por antojarse de las medialunas (aquí cachitos estilo croissant), aquellas que la Maga y Horacio comían en pleno romance parisino a la vez que grandes trozos de enamoramiento se horneaban también en nuestros corazones del lado de allá, es decir, del lado de ellos? Seguramente que algún trasnochado podría sentirse más miembro del Club de la Serpiente que nunca, al explorar en el pasillo del abasto las variedades panaderas que ofrecen los fabricantes de Cachitos Morán o de panificadora Once-Once.

¿Quién no imagina la fantasía empalagosa de los caramelos de animalitos de Úrsula Iguarán en un zoológico colorido y por cien años solitario? ¿O quién de tener la oportunidad no aprovecha, cual García Madero, y se prepara par de sanduichitos de ingredientes de nevera de casa rica, rebosantes de exquisiteces y perpetúa digestivamente el abuso saboreando o lambuseando la aventura literaria mientras adereza con la misma intensidad, a juro, que su personaje, sus líneas mentales recitadas a la posteridad?

¿Qué apendicista no entendería el gusto por las empanadas de pollo de algún personaje de Mario Morenza –incluso Mario– si uno ha visto al personaje en cuestión enamorarse y luego comer cada día las mismas empanadas del puesto de la esquina que ha pedido la chica de sus sueños para su desayuno, prolongando un peregrinaje gastronómico que va del corazón al estómago en cada día de amor, cada día de desayuno con empanadas de pollo?

¿O quién, por el contrario, querría ser invitado alguna vez a las bacanales organizadas en Cáscara la vieja, el imperio decadente inventado por Yoel Villa, si con un escritor como Yoel quedarían dos posibilidades: o por exceso pantagruélico de Empous –como Yoel cuando ofrece a medio pasillo de Letras la bolsa de chistris que no es suya– se le acaba el banquete con más invitados que comida; o, por otra parte, uno sospecha del proceso de antisepsia con que debía prepararse el banquete porque el lector, con toda la razón, duda que Cáscara la Vieja cuente con Ministerio de Sanidad?

Bueno, basta. Ya para entrarle a este primer menú de nuestro Apendibistrot, presentamos una crónica que tiene que ver con los antojos metafísicos de un personaje que era simple y llanamente feliz al comer. Las nutritivas líneas a continuación provienen de la receta, los ojos y las manos de la querida Alexis Pablo.

Annabel Petit -(80)

Las Apendicitas

He aquí las APENDIciStas:




«Siempre hay un gusano más gordo lleno de vanidad porque posee el miembro más putrefacto del cadáver»
Luis Fernando Álvarez


«No estoy lejos de creer que la fuerza de su transformación consistió en no ser ya el hijo de nadie. Esta es, en definitiva, la fuerza de todos los jóvenes que se van»
Rainer María Rilke.
Los cuadernos de Malte Lauris Bridge.


«Tan necesaria es la oratoria en la paz como el hierro en el combate»
Demetrio de Falerio


«Seguí sin mirar atrás porque la curiosidad es vicio de granujas»
Fernando Vallejo.
La virgen de los sicarios.


«Esos son mis principios, sino le gustan, los cambiaré»
Groucho Marx


«Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, é inflama la rueda de la creación, y es inflamada del infierno.»
Santiago I:6


«Nâo sou nada. Nunca serei nada. Nâo posso querer ser nada. A parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo»
Fernando Pessoa


«[...] mientras la Parca, sensiblemente, se va acercando, con su confiada porfía, con esa seguridad tan envidiable porque, es cierto, yo nunca supe adónde iba, en cuanto ella siempre sabe adonde va.»
José Sánchez Lecuna.
El viaje inasible.


«La elocuencia. San Andrés, clavado en la cruz, predica durante dos días a veinte mil personas. Todos le escuchan, cautivados, pero a nadie se le ocurre liberarle»
Jules Renard.
Diario.


«La señora gorda gritó Dios nos coja confesados y una de las monjas rió Dios nos coja, punto»
Carlos Fuentes.
La cabeza de la hidra.

Néstor Bermudez -(360º)
Aprenda fonética alemana mientras descubre de dónde Néstor
saca las citas que llenan su sección en el Apéndice.

http://unheimlich.blogia.com/


Sueños 2.1 / Naufragio de vaca

Sueños 2.1

Soñé que subía en ascensor.
Soñé que me comía un pomelo.
Soñé que un árbol crecía en mi cuarto.
Soñé con una mujer que me hablaba en italiano.
Soñé que se me olvidaba todo.
Soñé que estaba sentado en una mecedora.
Soñé que me mordía un perro.
Soñé que abría los ojos de cara al sol.
Soñé con Hemingway caminando por París.
Soñé con un vaso de vinagre.
Soñé que era Nicanor Parra pero todos me llamaban Miguel Hidalgo Prince.
Soñé que iba a China en barco.
Soñé que un cigarrillo gigante me quemaba la cabeza.
Soñé con un candado.
Soñé en blanco y negro.
Soñé que se me caían todos los dientes.
Soñé que Anne Sexton me leía un poema para dormir.
Soñé que estaba muy solo y me daba igual.
Soñé con la escena final de Barton Fink.
Soñé con dos erizos haciendo el amor.
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Naufragio de vaca


Si no es porque sé nadar segurito se ahoga ahí mismo. Se montó en mi lomo y se agarró a mis cuernos y lo llevé a tierra. A pesar de que estaba vivo, con todo y que se había salvado, lo noté triste. Quedarse en una isla con una vaca suele ser muy triste. No nos quedó más que resignarnos.Creí que le haría bien tomar un poco de leche. Al fin y al cabo se me hinchaban las ubres y me dolían. Necesitaba que me ordeñaran y él necesitaba beber algo. Después como que se aburrió del menú y quiso carne. Me cortó partes del lomo y yo me quejé muuuu y luego rebanó una de mis puntas traseras. No bajó de peso ni perdió energías.Se consolaba en las noches conmigo. Yo lo dejaba porque a mí también me hacía falta. Cuando estábamos en el agua y él iba sobre mí, se lo sentí y lo tenía tieso. En ese momento supe que íbamos a terminar consolándonos de un momento a otro. Pero por esa misma razón no comprendí su pudor. Me descueró para hacerse un taparrabo, como si yo lo fuese a juzgar por andar desnudo en la isla. El pedazo de cuero sobrante lo amarró entre dos cocoteros e improvisó un techo y se pasó el día bajo su sombra, mirando el mar con su irreparable cara de tristeza. Se quedó tan quieto que los moscos lo acribillaron. Me le acerqué y le ofrecí mi cola. La tomó y se flageló para espantar la plaga. Me dio una nalgada y me fui a recostar en la arena, junto a un matorral. Esa noche me picaron cuatro tábanos.Cuando ya no me quedaba casi carne en los huesos, empezó a jugar con mi pupú. Hizo bolitas y las mezcló con la tierra. Hurgó entre mis dientes y encontró una caraota, residuo de mi último alimento antes del naufragio. Sembró la caraota en la tierra y a los meses dio frutos. Aunque las cosas pintaban relativamente bien, seguía mirando el mar con nostalgia.Un día me sacó un ojo, lo saló con agua de mar y se lo tragó. Luego me poseyó bajo el techo de los cocoteros. Retozando, aferrado a mi pecho, me contó un secreto. No lo revelaré, será mío por siempre. Cuando me levanté en la mañana, se le veía que llevaba horas despierto, auscultando el horizonte. Un barco se acercaba. Me quitó un cuerno y lo sopló para emitir un llamado. Al parecer lo confundieron con un grito de guerra de bárbaros y el barco corrigió su curso. Comenzó a alejarse.Se tiró al suelo y clavó sus dedos en la arena con rabia, parecía querer ahorcar a la isla. El llanto lo derrotó. Yo me eché a su lado y le lamí un cachete. Lo tenía salado. No sé si por las lágrimas o por el agua marina. Se puso de pie y me miró. Comprendí. Traté de decirle adiós de alguna manera o desearle un buen retorno o algo así. No pude. Sacó un fósforo y lo encendió. Me prendió fuego y una llama alta iluminó la orilla de nuestra isla. La señal de auxilio dio resultado. El barco volvía hacia nosotros, hacia él. Vi su rostro: era un mar en plena calma. Por fin se iba y seguía triste. Nunca lo entendí. Quise cerrar el ojo que me quedaba. Fue imposible. Me faltaba el párpado.


Miguel Hidalgo Prince -(1984)
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Un cerezo, nada más


-¿Qué buscas en Montejo?

No supe que buscaba algo en él hasta que la pregunta tuvo el rostro de un epitafio.

¿Qué puedo buscar en un poeta viejo y amado? A veces uno se consigue a Montejo por Altamira. Y como es natural, lo que provoca es acercarse y besarle la mano. Pero lo mejor, como también es natural, es dejarlo ir, no vaya a ser que se ensucie.


Creo que busco agua y jabón.

Porque es difícil cuando el cuerpo despierta así. Lleno de cadáveres blancos que nunca tendrán nombres ni epitafios propios. El cuerpo no lo soporta, la luz es un animal salvaje que ya no pretende ser invisible, no queda otra cosa que mirarse a la cara. Por eso pesa levantarse con el olor de una falsa aritmética, la falsa e infernal aritmética de un hombre que ha sepultado cuerpos en una mujer.

Pero a veces no basta el agua y el jabón. Nunca basta, de hecho. Permanece una huella mustia, insondable, se juntan palabras que me gustan mucho: fiordo, libélula, filisteo. Y por eso duele más rápido: las palabras escupen mucha humanidad, es muy fácil cuando suena el despertador para decir que ha finalizado la hora del recreo. Uno se pregunta cómo es posible tanto futuro depuesto en una cavidad, tanta postergación a pesar de dar un paso firme hacia el degolladero.

(Pero es tan ridículo escribir así, dios mío. Yo no sé quién da permiso a los veinte años para tener tanta licencia al hablar de cosas podridas dentro de uno. Eso pasa por no ir más rápido al baño después de morder las sábanas. Y el polvo. O las cenizas).



Es increíble que un beduino pueda caminar a través de esa habitación sin detenerse mucho en el panorama. Quizás la gente del desierto es más estoica y no repara demasiado en estos duelos. Pero no debería hablar así, como si fuera la primera vez en sentir tanta gente pudriéndose dentro de mí. A mí también me gusta disparar, escupir, cerrar los ojos contra una pared, recoger mis pedazos de un escritorio ajeno. No hay deidad más próxima: un hombre desnudo que suspira con una furia lenta y los ojos cerrados, mientras en él empieza a revolverse el semen. (El semen no tiene adjetivos, sólo es eso). Por eso la gente como yo se siente menos insignificante cuando logra, un poquito, subyugar a un inmortal de esa calaña. Porque la edad está a mi favor y es tan fácil convencer a la gente de mi buena fe. Es una ciencia bastante sencilla ser la puta de turno aunque la eternidad atente contra mis horas de siesta. Aunque el problema sigan siendo los poemas. Montejo, sin adjetivos, las nueve estaciones del metro que no conducen a ninguna parte esta mañana, cuando ya los cadáveres que él dejó en mí están nadando en las cañerías de la ciudad, donde todo el mundo se conoce. Y que la tierra no giró para acercarnos.

Tendré que enterrar al pie de un cerezo a los cadáveres blancos que aún persistan aquí.

Enza García -(1001)
Si quieres leer más de Enza García, te invitamos a visitar su columna Guía del Lector:
http://www.relectura.org/cms/content/blogsection/6/44/

Adán y oto, siameses



La palabra siameses no es extraña en estos tiempos de calentamiento global y regreso de guerras frías. Sin embargo, despierta el albur de la curiosidad, de la inquina resfriada que agitamos con perversidad amarillista.

La Historia destaca las coexistencias de un puñado de siameses, como, por ejemplo, la de los siameses florentinos del siglo XVI, que moraron en la Iglesia de la Scala. Su silueta en ese ambiente religioso hacía pensar en el Apocalipsis antes que en la divinidad. Los siameses florentinos compartieron un cuchitril, la fe y el tracto digestivo. Otros, más célebres y longevos, fueron los decimonónicos Chang y Eng Bunker, de Maklong, Siam. Pasaron la mayor parte de sus vidas en los Estados Unidos. Formaron parte del circo P.T. Barnum, donde se les conoció como los Siamese Twins (Mellizos Siameses).

De todos estas aberraciones genealógicas, los más cercanos en el tiempo, fueron unos siameses isquiópagos1, de latitudes sudamericanas. En su mocedad, se inclinaron doblemente por la poesía. En la adultez, añadieron a sus vidas restringidas en emociones, el a veces venenoso elixir de la política. Hablo de Adán y Oto Rivera.

UMBRALES

A finales de 1992, los Rivera nacieron en una Maternidad de Caracas cuya fecha se hace imprecisa, mitad por las especulaciones, mitad por negligencia médica. Su madre los abandonó. Vivieron en un convento. De esos episodios caribeños no se conservan fotos, lo que alimenta el carácter mítico de su origen. Los testigos, sin embargo abundan, cada uno con versiones tan distintas como disparatadas sobre los hermanos. En el cenit de sus glorias y estrépitos, los obturadores pestañarían y los flashes abrumarían hasta el desgaste de sus propias púpilas. Sin ellos sospechar, sus nombres fueron presagio de sus destinos. Oto fue el pionero de los Rivera en aproximarse a la literatura. Sus primeros intentos por hacer poesía se perdieron con las últimas hojas de sus cuadernos escolares. Las lecturas de Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño influyeron en composiciones editadas en revistas independientes de circulación universitaria. Algunos sucesos fraguaron la etapa larvaria de su poética. Uno de ellos fue cuando, en el bachillerato, Adán enfermó del estómago y arrastró a su hermano a la fétida experiencia por quince días.

UNIVERSIDAD

Adán y Oto apenas culminan sus estudios secundarios se dedican a barajar opciones. Oto quería estudiar Letras. Adán se inclinaba por el Derecho. En el 2009, finalmente se inscriben en Ciencias Políticas. Su humanidad bicéfala les granjea un cupo en una Universidad venezolana. En ese periodo la brújula de sus ideologías políticas puntea hacia el comunismo. A mediados del 2015, su trabajo de grado gana una beca para estudiar en Francia, en la Universidad de París X. Se marchan a Europa donde proyectan vivir hasta obtener el Ph.D. Su vuelo coincide con la fractura de la falla de San Casimiro, lo que origina el caos mientras volaban sobre el Atlántico. Otras versiones señalan que la planta nuclear ubicada en el estado Guárico fue la dinamitadora de la tragedia, ya que con los desperdicios de ésta, las máximas autoridades querían soldar la falla, pero lograrían que el proceso de fractura geológica se acelerase definitivamente. Se enteran al llegar: todos los televisores del Aeropuerto Charles de Gaulle instalan un enorme calidoscopio de la catástrofe. Una parte del país se hunde en las aguas del Caribe. La otra rebanada de territorio, es lo que hoy conocemos como Isla Cariven. “Algo en nosotros también se desgarró”, años más tarde expresarían en una controversial entrevista al diario Le Monde. No volverían a Venezuela. Este hecho se refleja en Separación/La séparation (2022), poemario bilingüe. Adán escribió Separación en las páginas impares. Oto, más versado en el lenguaje que en Leyes, compuso La séparation totalmente en francés. Ambas se complementan, aunque marchan en canales distintos de la percepción individual de sus autores. En un año hubo cinco reediciones. En dos, ya estaba traducida a siete lenguas. El máximo nivel académico les llegó como el tiempo, les pasó lento y fácil. Oto enseñó francés a su hermano. Destinan el español únicamente para insultar a sus adversarios políticos. La colaboración de los años moldeó sus personalidades: si pueden cambiar a un hombre, por qué no a dos. Sustituyeron sus acentos ecuatoriales. Imitaron con precisión quirúrgica las costumbres galas: se hicieron franceses.

INDISCRETO DESAFÍO

Para el 2025 ya eran ciudadanos europeos. Sus nombres rutilaban en los anaqueles de las librerías como en los titulares de los diarios de izquierda. En los de derecha, su apellido, cuando no obviado, era mancillado por cualquier desliz. De éstos refiero el siguiente. Los pormenores: irrecuperables. La opinión de los hermanos: duplicada. Después de salir victoriosos del juicio, declararon a un amasijo de periodistas que “el ser siameses era un oficio y que había que ejercerlo con dignidad, coraje y reflexión.” El coraje fue la cualidad que se destacó en la trifulca en una conocida discoteca parisina. Se les acusó de intento de asesinato. “El arma la disparó Adán”, escribiría Oto en su Diario (2020-2040), de publicación póstuma. El balazo le descerrajó un trozo de hueso craneal a uno de quienes los hartaban aludiendo a sus aciagas facciones. Los insultos desaparecieron con la doble ira de los Rivera, como espectrales, se transmutaron en ruegos, quejidos y copas astilladas. Resultado: nueve heridos de gravedad y una música que se fusionó con el alarido de sirenas. El alba delató un hilito de sangre costrada que rayaba indignamente la frente de Oto. Abogados al servicio de los siameses, testigos y cámaras de video desmintieron los cargos que se les imputaron. Periódicos de derecha señalaron que el fallo estaba ligado a los tentáculos que unían a los Rivera con las oscuras esferas del Poder Legislativo. Nunca se comprobó nada.

APOTEOSIS POÉTICA

A un mes del deplorable incidente, los Rivera son invitados al teatro La Scala, en Milán, a recitar sus más célebres composiciones. Las cuatro mil butacas estaban colmadas con tres horas de adelanto. Esto significó, para muchos, el ápice de sus carreras literarias. Al cerrar con su poema Hit, Sortez-moi mes yeux, acompañados por una comitiva, se deslizaron por laberínticos rincones hasta llegar al corazón del edificio, una centenaria galería de arte de arquitectura ampulosa. Observaron, con la melancolía de la distancia y del tiempo, el bajo relieve restaurado de los siameses florentinos, único registro gráfico de sus existencias atroces, de piernas impares. Una cena en su honor y un breve concierto cerraron la velada.





LIBERTINAJE ITALIANO


Los quince días posteriores al recital, los Rivera desdeñaron límites. Las únicas leyes que los regían no vulneraban el plano bidimensional del papel, la métrica en sus versos jamás la infringían. Su obra Una stagione nell'inferno que combina la poesía en prosa y el cuaderno de viaje, además de seis cantos compuestos en terza rima –a imitación de la Divina Comedia–, brota de esas experiencias. La obra es finalista en la vigésima edición del Premio Pavese. Venden millones de ejemplares. Ya se habla de ellos en su abandonada tierra. El gobierno de ese país construye un túnel submarino, de nueve millas, que une Isla Cariven con tierra firme.

A un día para regresar a casa, ubicada en la ciudad Boulogne-Billancourt, cerca de París, surgió un nuevo percance. La ira de Adán se desborda. En un oneroso lupanar de Milán es hallada una prostituta con el vientre rasgado a tiros. Adán confesó su culpa. Son detenidos por un mes. Oto declararía a la Rai, en una entrevista vía telefónica, que “todo comenzó porque la mujer exigió pago doble por sus servicios. Adán enfurecido...” Nunca terminó la frase. Su abogado cortó la conversación. Durante los tres meses de investigaciones, los Rivera se dedicaron a financiar proyectos filantrópicos. Sus detractores señalaron que la tarea de crear el SWR (Siamese World Rights), atendía más a causas personales que humanitarias. Para cuando la SWR hizo aprobar la ley de que todos los teatros de la Unión Europea debían ostentar butacas para siameses, ya al juicio le faltaban poco menos de dos semanas. Los Rivera estaban cesantes de sus cargos políticos por más de cinco meses. El juicio duró alrededor de un par de horas. El abogado alegó, en un discurso inmejorable, coherente, enfocándose en alabar a los siameses más que en defenderlos, que sí existían pruebas irrefutables que implicaban a Adán. Pero que, desde un punto de vista ético-moral, era inadmisible sentenciarlo a cadena perpetua. “Estaríamos castigando a un inocente: Oto.” La frase estremeció a toda la audiencia y a la credibilidad del sistema judicial italiano. Los siameses estaban libres de nuevo, de vuelta a Francia. Pero uno de ellos no escaparía de un mal.

SEPARACIÓN

Hacia abril de 2030 los cuatro volúmenes de Poentos se bautizan en un hospital de París. A Adán se le diagnosticaron tumores alojados en un pulmón. La vida, el desvarío y la muerte riñeron por él. “Son como cangrejos que me pican por dentro”, escribió en una carta a su editor, pocas semanas antes de morir. El cuerpo de Adán fue separado, luego, incinerado. Una multitud recitó fragmentos de Separación/La séparation mientras desperdigaban sus cenizas sobre el Sena. Oto declaró a los medios que ese era el deseo de Adán –su único deseo–: “Estar en una conexión intravenosa con el aire.” La operación no tuvo riesgos. Los órganos que compartían quedaron del lado de Oto. Bastó un mes de convalecencia para que le dieran de alta. Oto, cuatro años después, publica Hermano, epístolas en tono épico. A la semana del lanzamiento se enfrasca una disputa por derechos de autor ya que en la página 128, de la editorial Le Livre Amical, el verso: “Adán, he existido”, es interpretada como plagio por parte de los herederos de Jean-Paul Sartre. Las acciones legales son infructuosas. Deja dos novelas –las únicas– sin concluir. Su infatigable labor literaria cesa. Se le diagnosticó el mal de Bartleby. Desaparece de las plateas políticas y literarias.

Para el 2035, Oto vive con un clon de Kate Moss. En el 2039, publica el poemario El Oto, el mismo. La crítica armoniza en que es la continuación de Hermano. Muere en el 2040. Es enterrado en el cementerio de Père Lachaise, en París, a pocos pasos de la tumba de Oscar Wilde.

Bibliografía: Separación/La séparation (poemas), 2022. Una stagione nell'inferno (textos misceláneos), 2026. Poentos (cuentos y poemas), 2030. Artículos (textos periodísticos variados), 2022-32. Hermano (epistolar-poético), 2034. El Oto, el mismo (poemas), 2039. Diario (2020-2040), 2041. Primeros Poemas, 2042. Obras Completas, 2044. Novelas incompletas (por publicarse).

Mario Morenza -(11)
Los vídeos de los Fotorecitales animados
por este apendicista los puede ver en:
http://humario.blogspot.com/

Czenstochouski





Tres tipos saltaron a la tarima y explotó un jazz frenético. El solista tardó en sentarse al teclado. Tuvo un percance con el aparato que llevaba en la cintura, bajo la guayabera. Los sonidos fueron acomodándose en mi memoria hasta dar con «El circo». La misma que abrió su disco En vivo a finales de los 80. Era contagiosa, gigantesca. Su estructura abarcaba extremos de la música popular, momentos deslumbrantes; vodevil, rock ’n’ roll. No perdía el tiempo. Tres minutos y medio. Listo. Aquello dejaba sin aliento al más talentoso.

El público pedía a gritos. “¡Ávila!, ¡Daniela!, ¡Un querer como el tuyo!”.

–Voy a tocar una de mi nuevo disco, llamado Así. Luego sigo con las de siempre.

Tornillo hablaba de cualquier cosa. No se llevaba bien con los puntos finales. Podía seguir horas brincando de esto a lo otro; de la botánica a la Fórmula 1, de la ingeniería económica al arte barroco, y así. Esa noche abrió paréntesis. Balbuceó un recuerdo, el viaje con su ex esposa. De cómo fueron a Estados Unidos por un concierto doble tanda; los grupos de rock más famosos, en aquel tiempo. “Yo fui por Weezer, ella por Foo Fighters”, y se aclaró el gañote con un buche de cerveza. “A mí me gusta el rock más melódico, echao pa’trás”. Lo que sea que significara, daba lo mismo. “Violeta es así como insensible. Insensible no, como rata. O así, pata e’ bola”. Eso sí lo tuve claro. Cualquier luz que le quedaba se hundió en el pantano. Al frente había una tierra baldía. Parecía lloviznar.

El local estaba cubierto, pero tenía grandes ventanales. Cada vez que pedíamos una ronda, el mesero rezongaba. Era de pómulos grandes, aindiado. Pude oír a sus ancestros correr descalzos en mis venas.

–No le gusta su trabajo –dije cuando se fue. Mi amigo se incorporó:
–Bueno, cualquiera sabe que es una ladilla…
–Me gustaría ir a un concierto de Leonard Cohen.

La cara de Tornillo es cuadrada. El que lo cinceló, se olvidó de pulirlo y hacerle otros compañeros parecidos. Una figura de mármol áspero. Única. Condenada a vagar entre carne y huesos.

–Conozco una tipa que fue –se apartó un mechón de la cara, tomó cerveza–. Está chévere.
–Dicen que ya no canta igual. Que cambia las melodías y las palabras. Imagínate el viaje además.
–¿Pero adónde lo irías a ver? La gente cree que el Norte es demasiado caro; es caro, pero no te creas. Si trabajas dos meses cegado, reúnes la plata. No es difícil. Yo que te lo digo.
–El otro día fui a Ilan.
–¿Ajá?

La voz perfectamente comprimida peinó el aire acondicionado. Era un espectro grave y crudo. Vital. Su sonido es inagotable. Podría cantar días y noches manteniendo ese timbre meloso y fuerte, siempre afinado. El don del canto. Alguien lo repartió indistintamente, algunos animales salieron favorecidos. Otras gracias fueron regadas por ahí. Difícil encontrar alguien con dos dones, pero los hay. Este tipo tenía la garganta y además la música. Hay cerebros que ordenan las notas musicales automáticamente, en un sistema abstracto, sin nombre ni lógica práctica. Reorganizan progresiones de acordes; resuelven acertijos numerales y estéticos; cavan huecos en la tierra y brincan la estratosfera; cambian las constelaciones, sacuden lo que sea. Todo en un formato mínimo llamado canción. Hubiera sido un improperio de la naturaleza achacarle un tercer don, la palabra. Quizá por eso sus piezas musicales viven entre palabras ligeras. Combinaciones moderadas. Edulcorantes. Pocos se permiten observar el espíritu de su material. Cualquiera lo llamaría un cursi. Dirían que viene de un sitio con turpiales, flores, columpios. Nada más falso.

Las cadencias de «Eres una en un millón» impregnaron a las mujeres. Un blues sofisticado. Como un seductor de cigarrillo y traje negro. Peinado hacia atrás con gelatina. De reloj costoso. Maneras tenues, ojos de alfiler. Una versión sideral de «Pueblos tristes», con sólo sintetizador, evocó cualquier cantidad de misterios y hoyos negros. «Por alguien como tú» reventó el sitio. Una aventura entre la guajira y el rock, el día que tomaron más cervezas de la cuenta. Omitieron su amistad, que de paso, nunca fue una amistad. El deseo es tan digno como cualquier otro sentimiento.

El mesero trajo otra ronda.

–No sé si te guste –dije. Se quedó virolo con la punta helada de la cerveza nueva.
–Pero cuéntame.

Su alma no cicatrizaba. El objeto que lo desgarró estaba sucio. Pensar, Violeta, mala; él, bueno. Es estúpido. El alcohol era su antibiótico, vivía sumergido. Aquello no podía sustentarse por sí solo. La rama estaba a punto de quebrarse. En minutos vendrían algunos amigos, era el cumpleaños de Koki.

Tornillo comenzó un tamborileo sobre la mesa. En el local sonaba algo de fondo. En la esquina, un televisor pantalla plana, grande y lujoso.

–Qué bolas esos carajos –se refería a The Who, que de repente aparecieron en un video blanco y negro. Se puso a imitar el ritmo de la batería con sus dedos. La cerveza bailaba dentro de las botellas–. Una fuerza, una vaina –Su cara cobró color. El ánimo era otro.
–Hoy viene la amiga de Koki –le dije–, la española. Actívate.
–…Ilan es bien pavoso. ¿Ése no fue el que hizo una gira de despedida y nunca se retiró?
–Ajá.
–Y la música no es así “oh, la verga de Troya”.
–Es Triana, no Troya, sapo.
–Eso.
–Bueno, tú fuiste el que me dijo que le contara.

Su verdadero apellido es Czenstochouski. Una familia judía que se vino de Polonia cuando los nazis. Echaron raíces en Venezuela. Específicamente San Bernardino, en Caracas. Como cualquier otro artista, redujo su nombre: Ilan Chester.

Una vez leí que el legendario Gerry Weil le dio clases de piano. “No le entraba una sola nota”, recuerdo que dijo en la entrevista. Al parecer no avanzó mucho con ese profesor. Sus habilidades tuvieron que crecer solas. Al margen de la teoría y el solfeo. Pero nadie sabe. Los mitos abundan.

No importaba qué estuvieras pensando, «Canto al Ávila» cerraba la curva de la noche. Ni los gatos fuera del Aula Magna eran indiferentes a esto. Luego de una gran ovación, todo el mundo seguía de pie. Las luces generales resucitaron. Miré hacia el techo, divisé operadores, andamios, cables. Nubes gigantes como placas de madera. Quizá ayudaban a la acústica del lugar. Si te agarra un terremoto allá dentro, se acabó. De repente las letras de esas canciones no resistieron el paso del tiempo. Pero la música fue del mismo tamaño que la sala, y a veces mayor. Una mancha era lo que parecía ese poco de gente buscando la salida. Ya en la calle, el cielo negro se encargaría del resto: desintegrar todo lo anterior.


Hensli Rahn -(2001)
El rock nacional tiene una sola vía:
http://www.autopistasur.com
y entérate de los próximos toques de esta original banda

Invitado: Mharía Vázquez Benarroch



por María Dayana Fraile


Mharía es como un libro, un libro de hojas blancas, letras grandes y tapas duras. Mharía es como uno de esos libros, que encuentras casi por azar, en un estante apartado de las vitrinas de una librería bastante conocida. Definitivamente, Mharía es como uno de esos libros. Lo empiezas a hojear por mera curiosidad, ninguna huella te ha guiado hasta él, ninguna señal de tránsito te ha direccionado en su carril, sin embargo allí está, en la mirada de su tipografía, con su lengua diáfana y brutal, de faquir, llama de fuego.

Las hojas crepitan en tus dedos y es tan tibia hoguera que lamentas no haber sido advertido desde antes de las posibilidades de su verbo y su madera. La escritura de Mharía es incendiaria, explosiva, quizás como recuerdo obligado de aquellas 12 guerras, en las que trabajó como corresponsal. La primera llegó como un castigo, un roce como de lijas con su jefe en el Diario de Caracas y al día siguiente ya estaba en un avión rumbo a un conflicto armado en Nicaragua. La pena fue fijada en 2 semanas, pero ella, por su propio peso y cuenta se dejó caer en el ojal de aquella aguja durante alrededor de unos 6 meses más. Ella dice que la adrenalina en la sangre se convierte en adicción, supongo que después de la primera, una marca, una carencia, reclamaba aquello del vivir en el filo de la hoja, supongo que de esa manera el aire se le hacía más aire, el sol se le hacía más sol, la vida se le hacía más vida. Así llegó a ser reportero freelance para la BBC de Londres, manteniéndose cosida a la miseria y al terror, palpando con sus dedos los ojos deslenguados de la estupidez humana. Sus crónicas rebotaban en Reuters y a todos los lugares del mundo empezaban a llegar las miradas planimétricas de esta joven Caraqueña.

Su primer poemario publicado, Guerrero llevado adentro, tiene mucho de aquellos días, las impresiones a un par de pasos. Las memorias del guerrero que crece dentro de cada uno y luego sale a la calle a batallar por su brazo, por su sentido de la vida, a defender las trincheras de su carne y de su pan. Mharía dice que nos reconstruimos en la escritura, quizás este primer poemario fue el trazado de los planos de aquello derruido por las inclemencias de las guerras, también de los tiempos de sus padres exiliados del régimen franquista, ruinas de un edificio generacional buscando sostenes en otras bases, la corteza de la raíz desarraigada intentando rastrear su lugar primigenio. Este poemario se corona con 3 premios, Premio Fernando Paz Castillo de Poesía, Primer Premio de la Bienal de Poesía del Ateneo del Tigre, y recibe Mención de Honor en la Bienal de Poesía Chío Zubillaga.

El éxito de su primer poemario fue arrollador, Mharía rememora desde las lunas de aquella semana inesperada, en la que recibió las 3 llamadas, que le notificaron sus preseas. A la tercera llamada ya pensó que era broma de sus compañeros de trabajo en el Banco del libro, recuerda risueña que no se tomó la molestia ni siquiera de contestar, y que esto casi le vale perderse el acto de entrega del premio.

En 1986 su segundo poemario, As de Corazones, resulta ganador de la III Bienal de Poesía Francisco Lazo Martí de Calabozo, y del Premio de Poesía Miguel Hernández de la ciudad de Sevilla, primera vez que un venezolano obtiene esta distinción, confiesa con humildad, casi sin querer confesarlo, sin embargo una expresión complacida de sus versos apilados a la vera de sus andares, se desborda solapadamente en la naranjada que sorbe lentamente con el pitillo que le ha traído el mesonero, y que ahora que me encuentro en esto de escribirlo, se me hace el espejo perfecto de su naturaleza luminosa, el espejo perfecto de los sabores agridulces de sus versos .

En 1998 su poemario Balada de los 40 Años, gana el Primer Premio del II Concurso de Poesía en Español, promovido por el Queen Mary and Westfield College de la Universidad de Londres. En el año 2000 es publicado en Collected Poems 1985 – 2001, Queen Mary and Westfield College Editions, University of London. Primera vez que una mujer latinoamericana es editada en antología por la Universidad de Londres.

Mharía es sin lugar a dudas una pionera, son muchas primeras veces de algo. Ella con su lanza, siempre resguardada en su escudo de jazmines, ha ido bregando los campos del mundo, dejándolos despejados como un cielo de verano para la poesía venezolana. Rafael Cadenas no se equivocaba cuando la reconocía como poeta en sus tiempos de estudiante de la escuela de Letras.

Es una verdadera pena que sus libros, por lo general, se hayan publicado primero en inglés, en italiano, en francés y, a veces, hasta en sueco, antes de publicarse en español. Es una señal clara de que debemos auscultar con mayor profundidad los perfiles de nuestra literatura, esculcar en los rincones, esculcar hasta en los últimos anaqueles de las librerías del olvido, esculcar con los dedos, con el alma, esculcar con todas las ganas, podemos toparnos de improviso con libros como estos, libros de hojas blancas, letras grandes y tapas duras, como Mharía.

Ahora les dejo acá una selección de sus poemas, por demás antojológica, totalmente sesgada en los recovecos más vertiginosos de mi subjetividad. Consuelo mi carencia de cuchillas frías y tasamientos quirúrgicos a nivel poético, pensando en que los apreciarán tanto como yo, porque la buena poesía es buena poesía en mi mundo y en todos los mundos, y mucho más si hablamos de la poesía de alguien, que se esfuerza en sólo conservar lo imprescindible de su escritura, el sustrato esencial salvado de las llamas de su naturaleza incendiaria, sólo el verdadero fuego sobrevive, sólo el verdadero fuego no se quema en el fuego y se estira entonces como una lengua de llamas doradas en un intento solidario de acariciar nuestro espíritu.




(De Guerrero llevado adentro)

a Caracas

MI CIUDAD DE FUEGO

Allí
abominación
la punzada
allí el ojo solar debe al miedo
no hay mariposas en el cielo

pero hay palabras para nombrarte
escupitajos de amor
observatorios del silencio.

EJERCICIO DE YO

Viva
de agua golpeando el rostro
y dientes asombrados de espejo
despiertas
ciñéndote al traje

el día se desovilla con la crueldad necesaria

sabes que estás viva
si mañana despiertas
y el aire llega hasta el fondo
y el sol rompe tus vértebras
con la rabia mordiéndote los miembros
sobre la luz
que niega la sombra.


(de Estirpe de
lobos)
TAL VEZ TE DESPIERTEN LAS VOCES DE LOS QUE AMAS

No sueñes con el trabajo de los asesinos
éste no es un buen sitio para morir
aquí no hay manera de suicidarse
aquí lo único posible es seguir
seguir tranquilamente
escuchar algún disco de Mozart
mirar salir el sol y ver caer la lluvia
ayudar a los niños con sus sueños
y algunas cosas más poco importantes

La muerte es una ocupación absorbente
en el fondo de su pozo sin fondo
guarda tu llanto
y echa a correr
a correr
a correr


LA MUERTE ES UN HÁBITO COMÚN

En mi ciudad
las mujeres cuidamos de la estricta
fidelidad de nuestros maridos
hablamos de la moda y del amor
coleccionamos sin remedio
recetas de cocina
en las que el sexo
y la ternura
comprendían todas las bondades

cada hora el reloj marca su hora de crueldad
cada noche sin cesar
la rutina tiende las sábanas de la muerte colectiva
mientras destruyo tu nombre
en este agonizante hábito
de hacer el amor en otro cuerpo


PERFIL DE UN DÍA SIN RELIEVES

Como si fuera otra la que vive
sufro la elemental sorpresa de estar viva
de desayunar mi periódico de muertes y acontecimientos
mientras tu piel me asalta como un reflejo solitario

como una flor que demora en su agonía
el olvido de tu cuerpo

es el perfil de un día sin relieves


María Dayana Fraile -(07)
Te invitamos a leer una entrevista de la apendicista número 7 al profe
Albeto Barrera Tyszka en una página con mucha descarga cultural:

http://www.corriente-alterna.net/Tiszka.htm

Uno / Diario literario



Uno

Mi papá es un tipo sereno, pero que puede estallar ante cualquier situación políticamente incorrecta. Mi viejo es incapaz de pensar en hacerle daño a alguien al menos que este alguien lo haya jodido primero. Entonces se activa un mecanismo de venganza muy peligroso, y canónico por cuanto suele ser desproporcionada. La persona que más lo sufre, en vez de ser la víctima, es mi madre.

Recuerdo que una vez mi papá andaba con mi hermano en el carro porque iban a la panadería. Néstor tenía unos catorce años. Un muchacho. Pero aún así yo era menor. Fue él quien me refirió todo lo que pasó después de haberle dado las generalidades a mi mamá, tratando inútilmente de no alarmarla en demasía. Ella es la que más sufre con todo esto, como ya he dicho. Allí en la panadería nos conocen de años. Papá estacionó al lado de la acera y abrió la puerta del carro mirando por el retrovisor. Objects in mirror are closer than they appear, pero el carro estaba lejos. A sesenta kilómetros por hora en una calle del centro, vino y se llevó la puerta de mi papá y la pegó del guardafango. Fueron apenas unos segundos desde que estacionó hasta que mi papá volvió a encender el carro habiendo regresado la puerta de un jalón a su lugar. Me dijo también que nunca había visto a papá correr como lo hizo esa mañana, se derrapaba en las curvas que tomaba, que realmente eran cruces, esquinas. Hasta que vio al malhadado estacionado a su izquierda. Un frenazo escandaloso, reversa y paró al lado del otro carro. Quédate aquí. Se apeó y entró a un club de videos que estaba justo al frente del carro que nos chocó. Preguntó por el dueño de aquel carro y nadie se hizo responsable. Regresó al carro, abrió la maleta y sacó un martillo grande -que nosotros no sabíamos que estaba allí hasta ese día- y le rompió todos los vidrios al carro del poco astuto cobarde que se atrevió a chocarlo e irse a la fuga. Incluso los faros de las luces llevaron varios martillazos para lograr partirlas.

Tiempo después fue que mi papá habló del asunto y nos hizo saber que se sintió con la posibilidad de vengarse de su muerte estando vivo. Y es que si el carro se hubiese demorado un par de segundos en pasar por allí, se hubiese llevado a mi papá junto con la puerta. Casi lo matan. Y en un par de segundos, o menos, el viejo tomó la decisión de vengar lo que pudo haber sido su muerte.




Diario Literario

Caracas, jueves 28 de septiembre de 2006, 11:25 p.m..

Llego a casa después de haberme tomado unas cervezas con los panas de Letras. Como de costumbre, estuvo amena la reunión. Siempre hablamos de literatura y de mujeres, de deportes, de la Escuela, de autores, de cine y de mujeres. Le pedí un diccionario de latín a Miguel para traducir algunas frases que salen en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Esta tarde estuve traduciendo algunas con dos diccionarios de la Biblioteca Central de la Universidad. En uno de esos diccionarios me topé con una anécdota en torno a la expresión en latín Est, est, est. Literalmente no significa otra cosa que ‘Es, es, es’, pero con una connotación de aprobación. Y es que, según una leyenda medieval, un monje alemán viajaba por Italia precedido por un servidor encargado de probar los vinos de las hosterías donde descansaría el monje. Cuando lo escanciado era bueno, el hombrecito anotaba en la puerta de la hostería la palabra Est. O sea, que era un buen vino el que allí servían. Estuvieron así durante días, descendiendo por la geografía italiana. Ya en Montefiascone, probó el elixir de la moscatel de la comarca y escribió en la puerta: Est, est, est. El obispo llegó allí y bebió tanto que murió. Según el diccionario, su tumba se ve todavía en San Flaviano de Montefiascone con el epitafio que lo condenó a beber hasta morir. Una muerte dulce, supongo.

Hoy en la mañana, cuando se habló de la escritura diaria, automáticamente me imaginé escribiendo en la computadora. Lamentablemente he perdido la costumbre de escribir sobre papel. Cuando lo hacía, hace unos años, la escritura en la computadora era deleznable para mí. Era demasiado artificial como para que me emocionara el hecho de hacerlo un hábito. Pero la verdad es que ahora casi todo lo que escribo lo hago frente al monitor. Tal como Vila-Matas, me avergüenzo un poco de esta nueva costumbre al saber que existen personas que escriben sólo a puño y letra, o como el escritor Paul Auster, que no ha dejado de escribir en su Olympia desde los años setenta, y se horroriza al pensar en el día en que ya no consiga cintas para su máquina.


Caracas, sábado 30 de septiembre de 2006.

No sé qué me pasa. Son las diez de la mañana y me levanté para escribir en mi diario. Hoy tengo que trabajar a las doce y treinta del día, y con que me hubiese levantado a las once de la mañana estaba bien. Pero quería escribir en el diario hoy (si lo dejaba para después del trabajo, no lo haría; estaría cansado). No se debe pensar que soy un perezoso por esto, la verdad es que anoche llegué a casa sólo unos minutos antes de las cinco de la mañana. Estuvimos en casa de una amiga despidiéndola porque se va de la ciudad: Vanessa. Había una fiesta con motivo de su viaje a Maracaibo, no precisamente celebrándolo, era una fiesta de despedida. Se va de Caracas a Maracaibo. Sí, se va de Caracas a Maracaibo. Se acaba de graduar en una carrera muy rara, más rara que Letras, más rara que cualquiera, o mucho más normal que Letras, o mucho más normal que cualquiera, no lo sé: Geoquímica. Cuando uno es estudiante de Letras se tiene que adecuar a inventar posibles oficios cuando la gente pregunta ¿y de qué puedes trabajar cuando te gradúes? Creo que a Vanessa le debe suceder lo mismo. Yo la conocí el día de su cumpleaños porque Ana Lucía me invitó. Eso fue en julio. Vanessa vive lejísimos, es muy adentro en El Hatillo, pero Anita nos llevó. Hay neblina en el jardín lateral de su casa. Un jardín de grama verdecita bien cortada y de más o menos ocho por ocho. En el borde, de noche, parece que hubiese un precipicio. No hay luz que alumbre hacia abajo desde arriba, pero en una esquina del borde del jardín se descubren unas escaleras que descienden a un caney. Cuidando los pasos, bajamos hasta allí. Había un interruptor para la luz pero no servía, así que nos quedamos conversando en la oscuridad que apenas nos permitía distinguir las siluetas de nosotros –las cervezas tomadas no ayudaban mucho tampoco. Cuando la vista se acostumbro un poco a la oscuridad, nos fijamos que más abajo del caney, en lo que antes parecía un precipicio, había muchas matas, árboles; parecía un bosque, pero no se distinguía por la neblina y la oscuridad. Lo que sí se veía eran luciérnagas en demasía. Miguel dijo de unos versos que hablaban de las luciérnagas relacionadas con los sapos. Kuamasí citó unos versos de Borges que hablaban de una luciérnaga. Yo me acordé de una analogía que hace Thomas Mann entre la luciérnaga y el artista. Cuándo es realmente la luciérnaga ella misma: cuando la vemos brillar ante nuestro asombro, o cuando la tenemos apagada y derrotada en el hueco de las manos; cuándo es el artista en sí mismo: cuando está en el escenario, o cuando está detrás de bastidores sin el brillo de su actuación pero accesible para nosotros. Chamo es que Thomas Mann es el hombre, dijo Kuamasí. Claro es Mann, el man, confirmó Miguel. Y de paso con doble ene siguió Kuamasí. Sí, el mann, apoyó Miguel. De esos comentarios sólo se ríe uno estando un poco ebrio; nos reímos. Después subimos y fuimos por otras cervezas.


Caracas, viernes 13 de octubre, después de la enfermedad. 3 p.m.

El miércoles once por la tarde me sentía un poco aquebrantado. Mal humor, dolores musculares y unas ganas enormes de echarme a dormir. Pero tenía clase hasta las ocho y media de la noche y me tuve que aguantar. Entraba a las siete y apenas eran las cinco y media. A esa hora está el grueso de la población estudiantil de Letras, incluso varios tesistas amigos buscando gente para salir por ahí (mañana es feriado), vigilando a las nuevas a ver qué tal. En medio del bullicio que es la Escuela a esa hora les dije que conmigo no contaran ni de vaina. Me fui al baño con la boca llena de saliva como cuando se va a vomitar, pero no lo hice. Al salir, bajé a tomarme un jugo. No subí a la escuela hasta que faltaban pocos minutos para las siete. Me encontré a Mario en el pasillo. Mario es un tipo agradable, pero en aquel momento, más que agradable, me pareció una salvación. Me puse a hablar con el pana sobre su nuevo trabajo, sobre las nuevas, y de que mañana por la tarde iríamos a casa de Miguel. Entré a la clase y tuve oportunidad de leer un par cuentos de Carver del libro que me trajo Alexis de su viaje a España: Catedral. En la tarde le había dicho a Miguel que Alexis me había regalado tal libro, y éste me dijo que a él le había regalado el mismo y que a Mario también. Alex merece un diez por eso. Los cuentos de Carver son como una historia que te cuenta un viejo vecino sobre otro vecino que vivió allí donde tú estás viviendo ahora, y que lo hace con un tono que quiere ser objetivo, como si no hubiera intimado nunca con el vecino que vivía donde ahora vives. La clase en la que estaba, obviamente, no me gusta. Creo que la profesora que la da ya gastó sus últimos cartuchos. Parece que en algún momento de su vida sufrió de algo, o tuvo una pérdida, y no lo ha superado del todo. Eso creo.

Al llegar a casa ese día, el miércoles, arreglé el cuarto lo más rápido que pude y me metí en la cama antes de las nueve a enfermarme. Empecé a sentir frío y escalofrío. Me había tomado unas pastillas de acetaminofén en la Escuela, pero el efecto, si es que lo hubo, había sido muy breve. Pasé la noche con una fiebre no alta pero capaz de producir pensamientos extraños, como grandilocuentes, muy lúcidos y prácticos en medio de la calentura pero descabellados en la remembranza. Son como una suerte de alucinación delirante donde se gestan ideas de absoluto, todos lo hemos vivido. Fue poco lo que dormí. Al día siguiente seguí en el mismo estado. Lo peor era que no podía ni leer; me dolía la vista. En el día traté de recuperar el agua que había perdido yendo durante la noche al baño. Una vez hidratado me sentí un poco mejor. Afortunadamente estaba solo en la casa que comparto con otros estudiantes de la universidad; podía dormir en paz y así curarme de una vez. A eso de las nueve de la mañana me volví a acostar. Comenzó de nuevo la fiebre. Podía discernir los altibajos de la enfermedad por cuanto me dolía la espalda en un momento y en otro casi nada. ¡Qué manera de perder el tiempo! me decía a mí mismo. Se acabó el acetaminofén y comencé a tomar ibuprofeno. Este fue el remedio; después de media hora comencé a perder líquido, pero sudando. Me tomé otra a las dos horas y ya me sentía mucho mejor. Ahora creo que lo que tuve fue dengue, y que el acetaminofén me agravaba.

Daniel Cuevas -(B-612)


El infierno es cualquier lugar bajo el cielo


Esa mañana me desperté gracias a los ladridos de Cuál. Cuando dormí contigo dormí con mil años acuestas. Soñé que eras distinta, que tenías ojos de azorazur, pero te llamé y tú ni siquiera te volviste a mirarme: tu espalda se vistió de negro rápidamente, te vestiste con una máscara monstruosa. Y me dijiste algo al oído (sobre sexo tal vez) y yo te pregunté que si eras una puta cualquiera. De inmediato caminaste hasta la puerta y me preguntaste algo, no sé qué me dijiste, pero tu mirada me maldijo como ninguna otra cosa en la vida, me dijiste algo y ahora sé que ese algo me comió por dentro. Éramos tú y yo. Tú, una mujer encantadora, con sangre en las venas, con amor. Y yo, también era yo, un monstruo de pies deformes que te azuza en las noches como un animal, como un sueño que te despierta y te llena de pánico, en el que acabas y te meas. ¡Dormir..., tal vez morir! Estaba sudoroso. Había soñado con perros devorando otros perros. Esperaba, miraba y esperaba. En aquel cuarto era no humano en mitad de la noche. Te rompía la piel. Te comía el corazón y tus voluptuosos costados. Y todo pasaba a flor de aire. Y así pasaba el mundo. En el principio todo estaba inmóvil. La ventana. La parada de autobuses. La mierda de gato en el tejado caliente. La calle. La inmundicia. En el principio la calma, estaba vacía la extensión del cielo, sólo estábamos el silencio y yo, a las seis de la mañana. Y no dormía. Esperaba el sol de amanecer y no dormía. Esperaba y miraba. Y cada noche veía caer la ciudad de sombras, rota en mil pedazos por mi deseo. Luego me sentaba en la cama y veía televisión hasta caer dormido... ¡tal vez morir!

--------o--------





Inevitable el infierno
el hastío la desesperanza la muerte
camino desciendo a la tierra firme
abajo, muy abajo


cruzo la calle, el metro se hunde a lo lejos, va hacia la intersección de las vías. A mi lado una mujer de suéter gris me mira a los ojos y sigue. Está huyendo, pienso yo, se mueve a reloj pisa y pisa, sorteando la gente. Un hombre la sigue de cerca, se le mete entre los cabellos, quiere olerla, la mira de arriba abajo, olfatea su trasero achatado. Casi la abraza por la cintura, pero de repente ella se detiene y se quita el suéter. El primer perro pasa, el segundo perro pasa, se vuelve y la mira. La olfatea. Te gusta mostrarte, ¿no es así? Te excita ver a mil perros endemoniados jugarse la vida a las cartas, a la ruleta rusa, te gusta poseer sus almas. Eres una diosa de sandalias de bronce, una diosa de pies sucios, de estiércol. Si supieras el odio que siento al verte sonreír. Los miras llena de deseo. Puta, eres una putica de mierda. Finalmente, te vestiste de otra cosa distinta: ahora eres una maga que lo sabe todo. Voy a la distancia, te sigo brevemente mientras bajo a tomar el autobús. Ahora sé cómo miras al séquito de espantos que te sigue, con ojos de fuego, de azorazur. Eres una puta. Y yo, el diablo. Alguien condenado a no ser humano nunca. Pero basta de mí, soy nadie, no tengo nada, vivo soñando con dormir, exprimiendo los días, soñando con dormir contigo, con alguien que no sea esta habitación sombría, frente a la televisión vacía, a los horarios de nocturnidad, entre el sueño y la vigilia, sonriendo a la idiotez de quien cae y se levanta deprisa, a la turbulencia del amanecer lluvioso, soy nadie, a nada temo, sólo a la vida y a lo que soy. Inevitable este arte de no ser sino descenso, viaje a la tierra muerta, a la calle, a la pálida música de los coros de ciudad: con sus pitos y sus cornetas apocalípticas, con sus ángeles buenos y sus ángeles malos, estallando luminosos sobre la luz de amanecer, con sus ríos de gente mostrando al sol, a cada paso, a cada segundo, o bien sus dientes brocados o bien sus ojos llenos de envidia.

¿Adónde irás?

Cruzo la calle. La que va, ¿hacía adónde irá? Ojalá y no vuelvas nunca, o te partiré la cabeza contra la pared, contra el piso, eres solo una puta. Ah, y todavía te ríes, a lo lejos. Estás ahí sobre los hombros del hierro más abigarrado. Ahora, es él, solo él. Seguramente, ya le comiste el alma como me la comiste a mí hace mil años. ¿Cuándo en la vida desee yo estar así? Tengo sed, tanta sed.

En la parada
el autobús llegó tarde
giró en la redoma.
La ruta nunca cambia, nada cambia,
cincuenta años y sigue siendo la misma

Esta ciudad es como un enjambre de fantasmas que pasa rápido sin percatarse de nada ni de nadie. Llega tarde como una mujer hermosa: te mira, se sonríe, coquetea contigo y se va, se va como una diosa, vestida de azul y verde como la devoradora Empusa. Te sigo por el aire, soy el viento entre los árboles, soy mi abuelo, Adán Podasterra. Eres una diosa emplumada, si te miro me comerás los ojos y el alma. Eres demasiado lejos..., sueño con dormir contigo todos los días.

¿Adónde iremos esta noche? A ti sólo te gusta bailar, jugar a que nadie te toca, pero siempre serás mía, sobre la distancia, porque lo fuiste desde que éramos niños, desde nuestro primer beso, desde que dormimos juntos, eres como esta ciudad... Llena eres de gracia.

Cruzo la calle. Otra. Esta no tiene dirección. Camino desciendo a la tierra firme, siento que alguien me sigue (con toda probabilidad, estoy huyendo de algo o de alguien), es un niño de rostro endemoniado que me mira con ojos secos, con ojos de envidia, me pide dinero, me pide cien bolívares, con una risa en los labios cual si fuera una hiena que rebusca miserias entre la suciedad. Lo veo y sigo. Déme algo, señor. ¡Qué mierda con ustedes! Su olor a azufre me dio nauseas. Déme algo. Que te largues, te dije. Pobre mocoso, tonto, que se cree inmune al odio de la gente. Bastaría un arma, un golpe contra el suelo, un puntapié entre las piernas y ya no sería el mismo nunca más, moriría como la mierda que es. Y lo soñé. Aquel niño era un ángel bueno, pero malo. Alguien así no tiene lugar en ninguna parte, es escoria, no sigue a nadie, vive de las sobras de esta horrible ciudad. De pronto su rostro se tornó inhumano, me empujó y casi me caigo, no se caiga usted, porque quien se cae para atrás se cae para siempre. Vete a la mierda, carajito. Ojalá y te mueras, viejo mamagüevo.


Te atrapé. Déjame. Que me lástimas. Vete al convento, carajita. No fue nada, señor, no se preocupe. Quisiera decirles váyanse mucho al carajo, grandísimos pendemos, santitos, quijotes de pacotilla. Que no ven que es mi hermana, coño. Déjenla en paz. Eres una putica, sabías eso, una putica con todas sus letras p-u-t-i-c-a. Y yo, yo me voy a volver loco, seguramente. Qué te pasa. Cada día te soporto menos, me dice. Estás enfermo. En ese momento me sentí como un judío en un ferrocarril nazi, y Marine que no hacía sino echármelos encima como si en verdad me quisiera muerto. Era como si en vez de haberla gritado hubiera matado a seis millones de imbéciles. Un mes atrás me habría hecho matar ahí mismo mentándoles la madre a todos; sin embargo, en ese autobús yo no era nadie, Elías Podasterra, tal vez, un nombre que no significa nada. Estoy harta de ti y de que pongas tus manos encima de mí. En verdad da igual callar, mandarlos al carajo o, simplemente, romperles la cabeza a todos por sapos, por necios y vacíos; aunque de qué vale estar así, de nada vale gastarse en cosas de tan poca importancia, en tonterías, en esta maldita ciudad nada vale, nada cambia, aquí todo es otro día, otro día en este infierno cotidiano de aburridas brujas, de maricones, de putas de hojalata.

Yoel Villa- (03)
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