Oct 15, 2007

Czenstochouski





Tres tipos saltaron a la tarima y explotó un jazz frenético. El solista tardó en sentarse al teclado. Tuvo un percance con el aparato que llevaba en la cintura, bajo la guayabera. Los sonidos fueron acomodándose en mi memoria hasta dar con «El circo». La misma que abrió su disco En vivo a finales de los 80. Era contagiosa, gigantesca. Su estructura abarcaba extremos de la música popular, momentos deslumbrantes; vodevil, rock ’n’ roll. No perdía el tiempo. Tres minutos y medio. Listo. Aquello dejaba sin aliento al más talentoso.

El público pedía a gritos. “¡Ávila!, ¡Daniela!, ¡Un querer como el tuyo!”.

–Voy a tocar una de mi nuevo disco, llamado Así. Luego sigo con las de siempre.

Tornillo hablaba de cualquier cosa. No se llevaba bien con los puntos finales. Podía seguir horas brincando de esto a lo otro; de la botánica a la Fórmula 1, de la ingeniería económica al arte barroco, y así. Esa noche abrió paréntesis. Balbuceó un recuerdo, el viaje con su ex esposa. De cómo fueron a Estados Unidos por un concierto doble tanda; los grupos de rock más famosos, en aquel tiempo. “Yo fui por Weezer, ella por Foo Fighters”, y se aclaró el gañote con un buche de cerveza. “A mí me gusta el rock más melódico, echao pa’trás”. Lo que sea que significara, daba lo mismo. “Violeta es así como insensible. Insensible no, como rata. O así, pata e’ bola”. Eso sí lo tuve claro. Cualquier luz que le quedaba se hundió en el pantano. Al frente había una tierra baldía. Parecía lloviznar.

El local estaba cubierto, pero tenía grandes ventanales. Cada vez que pedíamos una ronda, el mesero rezongaba. Era de pómulos grandes, aindiado. Pude oír a sus ancestros correr descalzos en mis venas.

–No le gusta su trabajo –dije cuando se fue. Mi amigo se incorporó:
–Bueno, cualquiera sabe que es una ladilla…
–Me gustaría ir a un concierto de Leonard Cohen.

La cara de Tornillo es cuadrada. El que lo cinceló, se olvidó de pulirlo y hacerle otros compañeros parecidos. Una figura de mármol áspero. Única. Condenada a vagar entre carne y huesos.

–Conozco una tipa que fue –se apartó un mechón de la cara, tomó cerveza–. Está chévere.
–Dicen que ya no canta igual. Que cambia las melodías y las palabras. Imagínate el viaje además.
–¿Pero adónde lo irías a ver? La gente cree que el Norte es demasiado caro; es caro, pero no te creas. Si trabajas dos meses cegado, reúnes la plata. No es difícil. Yo que te lo digo.
–El otro día fui a Ilan.
–¿Ajá?

La voz perfectamente comprimida peinó el aire acondicionado. Era un espectro grave y crudo. Vital. Su sonido es inagotable. Podría cantar días y noches manteniendo ese timbre meloso y fuerte, siempre afinado. El don del canto. Alguien lo repartió indistintamente, algunos animales salieron favorecidos. Otras gracias fueron regadas por ahí. Difícil encontrar alguien con dos dones, pero los hay. Este tipo tenía la garganta y además la música. Hay cerebros que ordenan las notas musicales automáticamente, en un sistema abstracto, sin nombre ni lógica práctica. Reorganizan progresiones de acordes; resuelven acertijos numerales y estéticos; cavan huecos en la tierra y brincan la estratosfera; cambian las constelaciones, sacuden lo que sea. Todo en un formato mínimo llamado canción. Hubiera sido un improperio de la naturaleza achacarle un tercer don, la palabra. Quizá por eso sus piezas musicales viven entre palabras ligeras. Combinaciones moderadas. Edulcorantes. Pocos se permiten observar el espíritu de su material. Cualquiera lo llamaría un cursi. Dirían que viene de un sitio con turpiales, flores, columpios. Nada más falso.

Las cadencias de «Eres una en un millón» impregnaron a las mujeres. Un blues sofisticado. Como un seductor de cigarrillo y traje negro. Peinado hacia atrás con gelatina. De reloj costoso. Maneras tenues, ojos de alfiler. Una versión sideral de «Pueblos tristes», con sólo sintetizador, evocó cualquier cantidad de misterios y hoyos negros. «Por alguien como tú» reventó el sitio. Una aventura entre la guajira y el rock, el día que tomaron más cervezas de la cuenta. Omitieron su amistad, que de paso, nunca fue una amistad. El deseo es tan digno como cualquier otro sentimiento.

El mesero trajo otra ronda.

–No sé si te guste –dije. Se quedó virolo con la punta helada de la cerveza nueva.
–Pero cuéntame.

Su alma no cicatrizaba. El objeto que lo desgarró estaba sucio. Pensar, Violeta, mala; él, bueno. Es estúpido. El alcohol era su antibiótico, vivía sumergido. Aquello no podía sustentarse por sí solo. La rama estaba a punto de quebrarse. En minutos vendrían algunos amigos, era el cumpleaños de Koki.

Tornillo comenzó un tamborileo sobre la mesa. En el local sonaba algo de fondo. En la esquina, un televisor pantalla plana, grande y lujoso.

–Qué bolas esos carajos –se refería a The Who, que de repente aparecieron en un video blanco y negro. Se puso a imitar el ritmo de la batería con sus dedos. La cerveza bailaba dentro de las botellas–. Una fuerza, una vaina –Su cara cobró color. El ánimo era otro.
–Hoy viene la amiga de Koki –le dije–, la española. Actívate.
–…Ilan es bien pavoso. ¿Ése no fue el que hizo una gira de despedida y nunca se retiró?
–Ajá.
–Y la música no es así “oh, la verga de Troya”.
–Es Triana, no Troya, sapo.
–Eso.
–Bueno, tú fuiste el que me dijo que le contara.

Su verdadero apellido es Czenstochouski. Una familia judía que se vino de Polonia cuando los nazis. Echaron raíces en Venezuela. Específicamente San Bernardino, en Caracas. Como cualquier otro artista, redujo su nombre: Ilan Chester.

Una vez leí que el legendario Gerry Weil le dio clases de piano. “No le entraba una sola nota”, recuerdo que dijo en la entrevista. Al parecer no avanzó mucho con ese profesor. Sus habilidades tuvieron que crecer solas. Al margen de la teoría y el solfeo. Pero nadie sabe. Los mitos abundan.

No importaba qué estuvieras pensando, «Canto al Ávila» cerraba la curva de la noche. Ni los gatos fuera del Aula Magna eran indiferentes a esto. Luego de una gran ovación, todo el mundo seguía de pie. Las luces generales resucitaron. Miré hacia el techo, divisé operadores, andamios, cables. Nubes gigantes como placas de madera. Quizá ayudaban a la acústica del lugar. Si te agarra un terremoto allá dentro, se acabó. De repente las letras de esas canciones no resistieron el paso del tiempo. Pero la música fue del mismo tamaño que la sala, y a veces mayor. Una mancha era lo que parecía ese poco de gente buscando la salida. Ya en la calle, el cielo negro se encargaría del resto: desintegrar todo lo anterior.


Hensli Rahn -(2001)
El rock nacional tiene una sola vía:
http://www.autopistasur.com
y entérate de los próximos toques de esta original banda

1 comment:

Mario Morenza I said...

Excelente, Hensli. Mira, escucha con atención: Has logrado una voz particular en tus escritos, una melodía, un metal de voz que si lo sigues cultivando será una voz más original, incluso, que tus propias canciones con Autopista. Así que agarra duro ese volante, ese teclado y esa guitarra.